Terminamos este conjunto de relatos con lo que creo que es la parte más relajada de la experiencia que supone este nuevo mundo que nos descubren nuestros hijos, espero haber sido capaz de arrancar alguna sonrisa y haber conseguido que algún lector se sintiera identificado en esta locura en la que nos embarcamos con la paternidad.
LAS VISITAS
Normalmente los primeros días que pasamos en casa con nuestro hijo son confusos, lo suelen ser por lo desconcertante de las nuevas situaciones y por las constantes visitas, si nuestra casa fuera una Web, lograríamos igualar el número de visitas anuales en tan solo un mes.
La Sección de visitas suele ser inaugurada también por los Yayos, que lógicamente no quieren perderse ni un solo detalle de las habilidades del ya confirmado Rey de la casa.
La vida del bebé suele ser bastante monótona, comer, dormir, sus necesidades a intervalos intermitentes para romper el climax del momento, y volvemos a iniciar el proceso.
Aparentemente esto puede parecer aburrido, pero nada más lejos de la realidad….
Comenzamos con la hora de la siesta, esta sí que es digna de ser comentada, la hora de la siesta del pequeño es el mejor reclamo para una visita inoportuna y lo más parecido a un partido de futbol en la final de un Mundial, nunca podremos ver a más gente en tan solo dos metros cuadrados, sin pestañear, en completo silencio y además sonriendo. Esto es en realidad como si tuviéramos en casa un pequeño “Show de Truman”, solo tenemos que cambiar el monitor de 600 pulgadas por la cuna, y a Truman por nuestro retoño.
El revuelo que se forma alrededor del nuevo escenario cuando nuestro Truman suspira, es comparable a un penalti en el último minuto del partido mencionado antes, tan solo nos falta que alguno de los asistentes sea capaz de comentar la jugada con el entusiasmo apropiado.
Continuamos con la sonrisa del bebé, ¿Por qué todo el mundo se empeña en que un bebé de tres días se pasa el día sonriendo?, si lo pensamos fríamente, en realidad su estado de ánimo seguramente será distinto. El pobre pasa por torturas de todo tipo, por ejemplo, siempre hay algún familiar fetichista que se empeña en verle los pies, sacándole así de su descanso y dejándole éstos fríos y a merced de la temida “pedorreta”, ¿Alguien se imagina lo difícil que sería mantener la compostura estando rodeado de gente con una sonrisa de oreja a oreja mientras algún desaprensivo nos pedorretea los pies?, ¿No será esa sonrisa un intento desesperado de decirnos “¿pero qué confianzas son éstas?, si ni siquiera nos han presentado formalmente”.
En toda familia que se precie, existe un traductor de castellano – llanto, llanto – castellano. Esta persona normalmente no necesita apoyarse en las circunstancias que puedan acontecer en un momento determinado, sabe automáticamente si el lloro es por hambre, deposiciones, (y cuando es así, los que realmente conocen el oficio, saben cuando ésta es pipí, y cuando es popó), aburrimiento, cansancio, sueño, calor, o simplemente una llamada de atención al público asistente.
Normalmente los papás no pondrán reparo alguno a tan fiel interpretación, accediendo a la demanda del nene según la traducción simultánea, por ejemplo preparando un biberón, o dándole el pecho la mamá. Cuando esto no funciona, normalmente el traductor repara entonces en que la entonación del tercer buuaaa ha sido en DO menor, por lo que cambia totalmente el contexto de la protesta y por tanto el motivo de ésta. Misteriosamente cuando coincide la visita de más de un traductor, nunca se corrigen entre ellos, por lo que creo firmemente que debe ser un pacto de no agresión entre colegas del gremio.
Suele haber también entre estas visitas, un especialista en humor negro, haciendo gala de lo divertido que resulta que el niño intente, una y otra vez, que no se le salga el chupete cuando éste es atraído fuera de su boquita constantemente por una fuerza misteriosa.
Afortunadamente este tipo de fenómenos extraños suelen ser sofocados por un elemento de la naturaleza llamado “Yaya”, ejerciendo un poder inusitado por medio de una cariñosa pero firme colleja que suele dejar sonrosado el cogote del humorista.
El momento de la comida del pequeño, suele superar en audiencia al de la siesta, quedando éste acotado solo a mujeres si el bebé es amamantado, lo cual aún así, debe resultar sumamente incómodo y violento para la estresada mamá, por lo que mejor nos centraremos en el biberón. En la comida solemos tener un momento normalmente elogiado entre vítores cuando el protagonista captura ansiosamente la tetina, (¡Ahí es cuando realmente sonríe nuestro pequeño!), cerrando los ojos y disfrutando de uno de los mejores momentos del día, acurrucado con su mamá o con su papá y con la tripita calentita. Suele sudar con la ingesta el comensal, siendo el sudor rápida y cariñosamente eliminado por los esforzados padres, que están encantados por la cara de felicidad del peque de la casa.
Una vez terminada la ingesta, el bebé ha de expulsar los gases, y para esta labor, nunca faltan voluntarios. Una vez en posición el rorro es sometido a una paliza sistemática, pues toda maniobra de este tipo que no realice uno mismo, es claramente, una paliza en toda regla. Suele estar el nene con la cabeza apoyada en el hombro del agresor, “Es por sueño” dice la mayoría, pero en realidad es por el cansancio de la tunda a que está siendo sometido el pobre.
Cuando por fin el aire es expulsado, suele ser con la energía y la fuerza propias de una tormenta tropical, rizando el pelo al invitado más próximo y siendo derribado por su potencia el bisoñé del Yayo, el cual se queda tan descapotado como asombrado por la fuerza del vapor infantil.
Por la intensidad del bramido del peque podríamos pensar que la leche infantil en realidad es un derivado de los refrescos de cola.
Terminamos este relato con la escena del apurado Yayo recogiendo su postizo y la felicidad de nuestro nene con la tripita llena y listo para volver a la tan preciada y tan nuestra, hora de la siesta. Felices Sueños.
J.L.Solís
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